16.2.11

La verdadera historia del Ratón Pérez


Hace mucho tiempo, en Madrid vivía un Rey. Era un Rey pequeño y
se llamaba Buby I. Ser Rey es una cosa bastante complicada, pero él
lo hacía muy bien. Hacía leyes justas, se preocupaba por todo lo que
pasaba en su reino y no se metía en guerras. Para las cosas complicadas del
reinar, su madre le echaba una manita.
El Rey tenía poco más de seis años cuando, cenando notó que un diente se le
movía. Uf, y se le movía mucho.
Que a un niño se le mueva un diente es algo normal, queda en casa. Pero que
se le mueva un diente a un rey, es un acontecimiento “realmente” importante.
Por eso enseguida se congregaron en la puerta del comedor los médicos
reales, algunos ministros, el ayudante de cámara y más gente de cuyos rangos
no me acuerdo ahora. Todos estaban muy nerviosos.
Dijo la Reina: ¡Que no entren todavía, que no se ha terminado el filete!
Las reinas, excepto las de las barajas, son madres también, y saben lo
importante que es la cena, masticar bien la carne, las frutas, la verdura… y
saben que los niños a veces intentan cualquier excusa para levantarse antes de
terminar.
Hasta que no te termines… pero Buby la interrumpió: Me dueleeeeeeee
Con mucho cuidado tocó la reina un incisivo del Rey y pudo comprobar que
decía la verdad. Hizo sonar una campanilla, entró al oírla su ayudante y le
dijo la reina muy seria: que se lleven este filete y traigan un doctor. O dos.

Así son las reinas.
Uno decía que había que sacarlo, otro que había que dejarlo.. Unos que
poco a poco, otro que de un tirón. Uno que con anestesia local, otro que con
general... el caso es que terminó opinando toda la Facultad de Odontologia
El Rey era niño, pero muy valiente, así que les dijo: sacádmelo de una vez,
que no pienso llorar. Aligeren señores, que me quiero ir a acostar.
Nadie quería hacerle daño al Rey. Por eso se hizo un gran silencio. Hasta que
un médico anciano, refunfuñando, dijo: vale, ya me encargo yo. Se hizo un
gran silencio. El médico dio un tironcito, no le hizo falta mucho esfuerzo, el
diente salió enseguida.
Buby hizo algún puchero. La reina: no ha sido nada. La doncella: Ay, que
diente tan bonito. El ministro: que lo expongan en la entrada. El consejero:
No, no, no, que lo lleven a un museo, para que lo vean todos, que lo engarcen
con oro, sobre rojo terciopelo. Pero intervino Buby: que no, que me lo llevo
yo, porque soy Rey, pero sobre todo, porque es mío.
El Rey había oído hablar de Ratón Pérez, ese roedor que por la noche recoge
los dientes de los niños y les deja algún obsequio, monedita o similar. Siempre
que sean dientes que los niños han cuidado cepillándolos tres veces al día,
sobre todo si han comido chucherías. Mandó el Rey a cada uno a su casa,
porque se quería acostar.
Se retiró a sus aposentos, se lavo muy bien los dientes que le quedaban y se
metió en la cama a esperar. Puso debajo de la almohada el que le habían
quitado. En su cara había una sonrisa mellada y mucho sueño – Yo esta noche no me duermo, quiero conocer a Pérez.
Ensayaba una y otra vez lo que le iba a decir cuando lo viera, pero, ¡cómo son
las cosas! el ratoncito se retrasaba y el Rey… se quedó dormido hecho una
madejita.
Al poco apareció Pérez, se puso manos a la obra para sacar el diente de
debajo de la almohada y entonces el Rey notó algo y se despertó. Imaginaos la
escena: Ratón Pérez con las manos en la masa, quiero decir con las manos en
el diente, y el rey mirándolo a menos de un palmo de su cara.
Al rey se le olvidó todo lo que había pensado decirle al ratón, y éste –al verle
indeciso- improvisó un saludo cortés con una profunda reverencia. Sólo con ver el gesto se percató Buby de que Pérez era un ratón de mundo, con buena
educación y don para tratar con cualquier tipo de gente.
– Sepa usted, señor Pérez, que admiro mucho su trabajo –dijo Buby.
– Es un gran honor para mí, Majestad, recibir estos halagos. Pero sólo soy un
ratón que se preocupa por los dientes de los niños –contestó Pérez.
– Siempre he querido saber más de usted, de su trabajo, de dónde vive, si tiene
hijos, si está casado...
– Aparte de repartir regalos y recoger dientes -no sólo en España sino por
todo el mundo- soy un ratón muy normalito: casado, con tres hijos, que saca
adelante a su familia y que vive en un sótano espacioso a la par que coqueto
en la calle Arenal, como quien dice a tiro de piedra de este maravilloso
palacio.
A medida que la conversación se animaba, el rey iba cogiendo confianza con
Pérez y en un momento dado saltó de la cama y se puso su ropa...
– Ay, ay, ay, que me estoy oliendo vuestras intenciones –dijo Pérez.
– Dejadme acompañaros en vuestro trabajo, esta misma noche. Por favor,
quiero conocer el Madrid que tú recorréis a diario.
Viendo Pérez que no iba a tener opción de resistirse dio un salto al hombro
del niño y le metió la punta del rabo en la nariz. No sé si habéis probado
alguna vez a meteros un rabo de ratón en la nariz, pero no hay nada que haga
más cosquillas. El Rey estornudó y por hechizo quedó convertido en un ratón.
Ataviado con finas vestiduras pero ratón de cabo a rabo Salieron de la habitación por un agujero que había debajo de la cama y se
encaminaron hacia las alcantarillas.
Por allí anduvieron hacia la casa de Pérez. El rey iba con más miedo que
vergüenza, normal, imagínate tú metido a oscuras en las canalizaciones
subterráneas de Madrid y además convertido en ratón. ¡Que los reyes no son
de piedra!
Llegaron a la casa del ratón después de doblar una esquina formada por una
gran columna de quesos. ¡Así cualquiera! Pérez presentó al rey a su familia.
– Aquí la señora de Pérez. Ésta es mi hija Adelaida que toca el arpa, y ésta es
Elvira, que estudia piano.
En ese momento llegó Adolfo.
– Y éste es el cabeza loca de mi hijo que juega al póker y al polo.
Tomaron el té, charlaron de temas livianos... el
rey estaba muy a gusto al calor de esta familia
ratonil. Pero al poco Pérez se levantó, cogió
una bolsa roja que se echó a la espalda y
dirigiéndose al Rey dijo:
– Aun queda tarea por hacer y ha de ser
antes del amanecer, así que, si os place
acompañarme...
El Rey se despidió cortésmente de sus anfitriones y
salieron de nuevo a las alcantarillas.Según iban esquivando inmundicias y protegiéndose de las alimañas Pérez iba
poniendo en antecedentes a Buby.
– En la calle Jacometrezzo vive un niño a quien hay que visitar. Es el primer
diente que pierde. Se llama Gilito. Lo malo es que para llegar a la buhardilla
donde vive con su madre, antes tenemos que pasar por la cocina del piso
de abajo. Allí está el gato Don Gaiferos. No te cuento más para no ponerte
nervioso.
Caminaron y caminaron... y en un momento, Pérez se detuvo.
– Chsssssss, Majestad. Y con el dedo en su hocico mandó al rey guardar
silencio.
Por un agujero llegaba el resplandor de una habitación ligeramente iluminada.
Se asomaron y a Buby se le erizó hasta el último pelo de la cola al ver a un
gato gordo y atigrado que roncaba al lado de la chimenea.
– Es un momento muy delicado, ese monstruo se llama Don Gaiferos. Si se
despierta nos zampa. No porque sea malo, sino porque está diseñado así, los
gatos comen ratones, si comieran hierba no serían gatos sino conejos.
Cruzaron la habitación con toda la cautela que dos ratones pueden tener,
despacio, aguantando la respiración. Y sin que Don Gaiferos se inmutara
consiguieron llegar al otro lado.
– ¡Estamos salvados! –gritó Buby.
– ¡¡¡¡Chsssshhhhhaah!!!! No hagáis ningún ruido, que todavía nos falta
bastante camino. Vamos, tenemos que subir esas escaleras –dijo Pérez.
Llegaron a la última planta y entraron por un hueco bastante amplio en la
pared a una buhardilla destartalada y humilde. Sólo había una silla con el
asiento roto, un barreño con agua para lavarse, una lamparilla de aceite y
una cama de paja en el suelo donde Gilito dormía plácidamente hecho un
ovillo, apoyada la cara contra el pecho de su madre. Había más cosas en la
habitación, por ejemplo una bolsa de tela con un mendrugo de pan. Había
también un montón de grietas en el tejado que hacían que el frío reinara en
esa estancia cubriendo las mantas de la cama con una capa de escarcha.
El rey Buby se había sentado en la silla y se había quedado mirando la escena.
Él, que vivía con todos los lujos que un rey tiene en la realidad, más los lujos
que tiene un rey en el cuento.
– Nunca habría podido imaginar que en Madrid hubiera niños tan pobres,
durmiendo en el suelo y comiendo apenas un mendruguito -musitó Buby.
Entonces se le escaparon unas lágrimas bien gordas.
A todo esto Pérez ya había cogido el diente de Gilito y lo había guardado en
su bolsa roja. Era un colmillo bien cuidado, se notaba que Gilito se limpiaba
bien y masticaba con cuidado.
Dejó Pérez bajo la almohada una moneda de oro. No era usual, ya sabéis que
normalmente Pérez deja calderilla, pero sabía que con esa moneda Gilito y su
madre se iban a llevar una grandísima alegría e iban a poder comer caliente
un mes entero. Se volvió y se topó con el rey que le ofrecía unas moneditas
que llevaba encima, no era mucho porque los reyes no suelen llevar suelto.
Pérez agradeció el gesto y colocó las monedas junto a la suya. Todavía no entraban los primeros rayos de luz en la buhardilla cuando la
madre de Gilito empezó a desperezarse.
Tenía que madrugar mucho pues era lavandera en el Manzanares. Se lavó la
cara, se arregló la ropa y despertó al niño
– Venga Gilito, despierta, vamos, mi niño. Y le llenó la carita de besos.
Se levantó Gilito con una sonrisa que pintó un amanecer en la cara de su
madre. Pérez y el rey Buby estaban escondidos en un rincón viendo lo
que pasaba. De repente Gilito se acordó de su diente y corrió a levantar la
almohada. Madre e hijo se quedaron paralizados al ver el regalo que había
dejado Pérez. Y al instante estallaron en risas, abrazos y bailes.
Pérez y Buby ya bajaban las escaleras y volvían al palacio en silencio. En
silencio llegaron a la habitación del Rey. Iba Buby a abrir la boca para
agradecer a Pérez la aventura cuando éste le metió el rabo en la nariz
provocándole un tremendo estornudo. Por un prodigio prodigioso Buby
se convirtió en niño arropado y dormido en su cama real. Y Pérez volvió a
meterse por el agujero que había debajo de la cama para volver a casa.
Los ratones que trabajan de noche siempre regresan a casa cansados y
taciturnos. Tristes no, pero con un poso de emoción y melancolía en la mirada.
Por ejemplo los ratones panaderos, los ratones que reparten los periódicos, los
ratones que hacen guardias en los hospitales... o los que recogen dientes.
Por un lado están cansados, por otro disfrutan de un espectáculo maravilloso:
el despertar de la ciudad. Por un lado se sienten solos y a contra corriente. Por
otro saben que todos los demás les estamos agradecidos por lo que han hecho.
Pérez no hace pan, ni se ocupa de los periódicos ni atiende a enfermos. Se
encarga de la ilusión de los niños y de acompañarles -sin que ellos se den
cuenta- en esas noches en las que, diente a diente, van dejando de ser niños
para ser mayores. Por eso Pérez vuelve doblemente cansado, doblemente
silencioso y doblemente feliz.
Se acostó Pérez en su casa de Arenal número ocho mientras en el Palacio la
reina despertaba al pequeño Rey.
– Vamos Buby, hay que levantarse, se te están pegando las sábanas hoy, y es
muy tarde ¿no has dormido bien? Vamos, levanta mi niño.
– Mamá, he tenido un sueño muy extraño– dijo Buby frotándose los ojos.
– ¿Has mirado debajo de la almohada? Quizá Pérez te haya dejado algo.
Buby dio un salto de la cama y levantó a toda velocidad la almohada. AllÍ
debajo había una cajita adornada con incrustaciones de marfil y dentro una
insignia del Toisón de Oro toda cuajada de brillantes. La reina sonrió como si
se esperara un regalo parecido y el niño satisfecho y orgulloso se la prendió en
el pijama.
– Mamá, ¿en Madrid hay niños
pobres?
– Sí, hijo, sí.
– ¿Y por qué Dios deja que
pase eso?, ellos también son
hijos suyos.
La reina abrazó a Buby, pero no supo qué contestar.
Esa misma mañana, después de desayunar muy bien para reponer fuerzas
y lavarse los dientes Buby empezó a trabajar de Rey. Cogió un papel real y
escribió en él unas cuantas leyes para que sus ministros las ejecutaran.
La primera, que buscaran a todos los niños pobres de Madrid y les dieran
comida para saciar su hambre y ropas con que protegerse del frío.
La segunda, que se prohibiesen los cepos y venenos contra los ratones.
La tercera, que los gatos a partir de ese preciso día debían salir a pasear con
correa y bozal. Y todo gato que fuese encontrado atacando a un ratón fuera
castigado.
El rey Buby se hizo mayor y ya nadie le llamaba Buby sino Alfonso XIII. Pero
siempre fue un rey que se preocupó de los demás, especialmente de los niños.
Y mucha gente que lo conoció asegura que su manera de ser generosa y
entregada, tuvo que ver con su amistad con Ratón Pérez.

FIN


9.12.10


El Cuento de la Dama y la Luna


Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías

Ya todos se encaminaban hacia el pequeño claro abierto en el bosque con rostros expectantes, deseosos de oír una nueva historia del anciano. Su "Viejo Bardo", así lo llamaban desde hacía muchísimo tiempo, desde que por primera vez regalara a sus oídos con increíbles y fantásticos cuentos que guardaban en su memoria como los más preciados tesoros, tesoros que les hacían soñar. El viejo sólo les pedía a cambio un techo donde cobijarse una noche, un plato de comida caliente y un pellejo de vino.
Aquella noche, como otras tantas, el anciano ya les esperaba en el claro junto a una hoguera crepitante, dando cuenta de los últimos pedazos de su cena.
Se sentaron alrededor del fuego, niños y mayores con los ojos iluminados por las danzantes llamas, esperando en un silencio apenas contenido que su "Viejo Bardo" les hiciera participes de la magia que salía de sus labios en forma de cuentos y leyendas.
El anciano recorrió con la mirada el círculo de personas, echó un último trago de vino, sacó su pipa, tan vieja como él, la encendió, le dio una profunda calada y comenzó el relato con voz profunda y suave.
" Este es El Cuento de la Dama y la Luna.
Hace ya largos años, cuando las guerras aun azotaban las tierras de norte a sur, la Luna, en su alto sitial de las esferas celestes, se sentía sola. Sola porque no tenía con quién hablar, con quién compartir sus sentimientos. Y así, noche tras noche, la Luna lloraba; lágrimas de plata caían del cielo a la tierra sin que nadie lo advirtiera y aquello desconsolaba más a la Luna, pues pensaba que en verdad los hombres la habían olvidado y jamás volverían su rostro hacia ella buscando consejo.
Así, los días o, mejor dicho, las noches se sucedieron sin que nadie viniera a hacer compañía a la Luna que vagaba, solitaria, por el cielo silencioso. Pero una noche, cuando se encontraba derramando sus rayos azulplateados sobre un pequeño bosque, oyó lo que le parecieron unos quedos sollozos. Intrigada, se acercó a una pequeña colina y allí, en lo alto del pequeño montecillo vio a una mujer sentada con la cabeza enterrada entre los brazos dejando escapar su pena.
La luna, compasiva, bajó unos metros del cielo y le habló con voz suave y cálida.
- Dime, joven dama, ¿qué es lo que tanto te hace sufrir?, ¿qué provoca tus lágrimas?
La mujer, sorprendida, miró hacia todas partes en busca del dueño de aquellas palabras, pero no viendo a nadie, al fin, lentamente levantó la mirada hacia el cielo nocturno y vio que la Luna estaba cerca y la miraba con ojos llenos de amor y compasión, y creyendo estar en un sueño le contestó al blanco astro.
- Mi esposo ha muerto en esta absurda guerra- dijo apenas es un susurro notando como el corazón se le estremecía y las lágrimas acudían presurosas a sus ojos.
La Luna sintió pena de la mujer y comprendió su dolor, pues al igual que ella, ahora estaba sola.
- ¡Oh! Luna, Señora de la Noche, no sabes cuán dura es esta soledad después de haber compartido media vida con la persona más amada.
No, la Luna no sabía cómo podría ser esa soledad, ese vacío que deja el ser amado . pero si conocía la soledad muda y fría que le había rodeado desde años innumerables.
De repente la mujer alzó de nuevo la mirada hacia la Luna, pues había notado como sus lágrimas caían sobre ella bañándola en luz plateada.
-¿Por qué lloras Luna?- preguntó.
- Porque como a ti, la soledad me acompaña y me rodea cada noche y porque siento pena por ti, por tu pérdida. Porque se que la soledad es fría y el vacío está lleno de silencio ensordecedor.
La mujer miró entonces con nuevos ojos a la Luna y vio los cientos de años pasados a solas, en silencio, solo acompañada por las frías estrellas y supo en ese momento que algo las unía, algo triste y doloroso, pero que quizás, si sabían escucharse, podrían superar.
- ¿Y qué te apena a ti, Luna?- le preguntó pensando que a lo mejor aquello no era un sueño y que de verás la Luna, que todo el mundo miraba como un astro frío y distante, necesitaba un espíritu amigo. Y se prometió que cada cierto tiempo volvería a la colina y haría compañía a la Luna.
Y la Luna le contó aquella noche sus penas, anhelos y esperanzas y la dama la escuchó y por unos momentos olvidó su propio dolor.
De esta manera, cada veintiocho días, momento en que la Luna lucía completa sobre la colina, la mujer se reunía con ella y durante algunas noches ambas compartían sus sueños, sus consejos y sus pensamientos más profundos. E incluso, después que la mujer volviera a desposarse y tuviera hijos, mantuvo la promesa silenciosa que le hiciera a la Luna de hacerle compañía y hablarle. Y enseñó a sus hijos a hacer lo mismo trasmitiéndoles su historia y estos lo hicieron con sus propios hijos y así se convirtió en tradición subir a la colina a hablar con la Luna.
Y la Luna, por su parte, mientras viajaba por las bóvedas celestes alrededor del mundo, siempre estuvo atenta de oír los llantos de almas tristes y siempre estuvo presta a dar su consejo y compañía a quiénes lo necesitaban y nunca jamás volvió a estar sola.
Por eso, cuando la Luna luce llena en el cielo se dice que alguien está hablando con ella y la Luna lo escucha y le habla aliviando sus pesares como antaño lo hiciera la dama con ella".
El anciano calló y un silencio profundo y reverencial inundó el claro y poco a poco todos los rostros se volvieron hacia el cielo y sobre ellos vieron la Luna llena que pareciera haberse detenido a oír el cuento, su propio cuento, de los labios del "Viejo Bardo".
Desde aquella noche el anciano logró que nuevas personas siguieran la tradición de hablar con el blanco y viejo astro y legaran la historia a sus descendientes.

27.11.10

La rama seca. Ana María Matute

La rama seca

Ana María Matute

1

Apenas tenía seis años y aún no la llevaban al campo. Era por el tiempo de la siega, con un calor grande, abrasador, sobre los senderos. La dejaban en casa, cerrada con llave, y le decían:

-Que seas buena, que no alborotes: y si algo te pasara, asómate a la ventana y llama a doña Clementina.

Ella decía que sí con la cabeza. Pero nunca le ocurría nada, y se pasaba el día sentada al borde de la ventana, jugando con "Pipa".

Doña Clementina la veía desde el huertecillo. Sus casas estaban pegadas la una a la otra, aunque la de doña Clementina era mucho más grande, y tenía, además, un huerto con un peral y dos ciruelos. Al otro lado del muro se abría el ventanuco tras el cual la niña se sentaba siempre. A veces, doña Clementina levantaba los ojos de su costura y la miraba.

-¿Qué haces, niña?

La niña tenía la carita delgada, pálida, entre las flacas trenzas de un negro mate.

-Juego con "Pipa" -decía.

Doña Clementina seguía cosiendo y no volvía a pensar en la niña. Luego, poco a poco, fue escuchando aquel raro parloteo que le llegaba de lo alto, a través de las ramas del peral. En su ventana, la pequeña de los Mediavilla se pasaba el día hablando, al parecer, con alguien.

-¿Con quién hablas, tú?

-Con "Pipa".

Doña Clementina, día a día, se llenó de una curiosidad leve, tierna, por la niña y por "Pipa". Doña Clementina estaba casada con don Leoncio, el médico. Don Leoncio era un hombre adusto y dado al vino, que se pasaba el día renegando de la aldea y de sus habitantes. No tenían hijos y doña Clementina estaba ya hecha a su soledad. En un principio, apenas pensaba en aquella criatura, también solitaria, que se sentaba al alféizar de la ventana. Por piedad la miraba de cuando en cuando y se aseguraba de que nada malo le ocurría. La mujer Mediavilla se lo pidió:

-Doña Clementina, ya que usted cose en el huerto por las tardes, ¿querrá echar de cuando en cuando una mirada a la ventana, por si le pasara algo a la niña? Sabe usted, es aún pequeña para llevarla a los pagos...

-Sí, mujer, nada me cuesta. Marcha sin cuidado...

Luego, poco a poco, la niña de los Mediavilla y su charloteo ininteligible, allá arriba, fueron metiéndosele pecho adentro.

-Cuando acaben con las tareas del campo y la niña vuelva a jugar en la calle, la echaré a faltar -se decía.

2

Un día, por fin, se enteró de quién era "Pipa".

-La muñeca -explicó la niña.

-Enséñamela...

La niña levantó en su mano terrosa un objeto que doña Clementina no podía ver claramente.

-No la veo, hija. Échamela...

La niña vaciló.

-Pero luego, ¿me la devolverá?

-Claro está...

La niña le echó a "Pipa" y doña Clementina, cuando la tuvo en sus manos, se quedó pensativa. "Pipa" era simplemente una ramita seca envuelta en un trozo de percal sujeto con un cordel. Le dio la vuelta entre los dedos y miró con cierta tristeza hacia la ventana. La niña la observaba con ojos impacientes y extendía las dos manos.

-¿Me la echa, doña Clementina...?

Doña Clementina se levantó de la silla y arrojó de nuevo a "Pipa" hacia la ventana. "Pipa" pasó sobre la cabeza de la niña y entró en la oscuridad de la casa. La cabeza de la niña desapareció y al cabo de un rato asomó de nuevo, embebida en su juego.

Desde aquel día doña Clementina empezó a escucharla. La niña hablaba infatigablemente con "Pipa".

-"Pipa", no tengas miedo, estate quieta. ¡Ay, "Pipa", cómo me miras! Cogeré un palo grande y le romperé la cabeza al lobo. No tengas miedo, "Pipa"... Siéntate, estate quietecita, te voy a contar, el lobo está ahora escondido en la montaña...

La niña hablaba con "Pipa" del lobo, del hombre mendigo con su saco lleno de gatos muertos, del horno del pan, de la comida. Cuando llegaba la hora de comer la niña cogía el plato que su madre le dejó tapado, al arrimo de las ascuas. Lo llevaba a la ventana y comía despacito, con su cuchara de hueso. Tenía a "Pipa" en las rodillas, y la hacía participar de su comida.

-Abre la boca, "Pipa", que pareces tonta...

Doña Clementina la oía en silencio. La escuchaba, bebía cada una de sus palabras. Igual que escuchaba al viento sobre la hierba y entre las ramas, la algarabía de los pájaros y el rumor de la acequia.

3

Un día, la niña dejó de asomarse a la ventana. Doña Clementina le preguntó a la mujer Mediavilla:

-¿Y la pequeña?

-Ay, está delicá, sabe usted. Don Leoncio dice que le dieron las fiebres de Malta.

-No sabía nada...

Claro, ¿cómo iba a saber algo? Su marido nunca le contaba los sucesos de la aldea.

-Sí -continuó explicando la Mediavilla-. Se conoce que algún día debí dejarme la leche sin hervir... ¿sabe usted? ¡Tiene una tanto que hacer! Ya ve usted, ahora, en tanto se reponga, he de privarme de los brazos de Pascualín.

Pascualín tenía doce años y quedaba durante el día al cuidado de la niña. En realidad, Pascualín salía a la calle o se iba a robar fruta al huerto vecino, al del cura o al del alcalde. A veces, doña Clementina oía la voz de la niña que llamaba. Un día se decidió a ir, aunque sabía que su marido la regañaría.

La casa era angosta, maloliente y oscura. Junto al establo nacía una escalera, en la que se acostaban las gallinas. Subió, pisando con cuidado los escalones apolillados que crujían bajo su peso. La niña la debió oír, porque gritó:

-¡Pascualín! ¡Pascualín!

Entró en una estancia muy pequeña, a donde la claridad llegaba apenas por un ventanuco alargado. Afuera, al otro lado, debían moverse las ramas de algún árbol, porque la luz era de un verde fresco y encendido, extraño como un sueño en la oscuridad. El fajo de luz verde venía a dar contra la cabecera de la cama de hierro en que estaba la niña. Al verla, abrió más sus párpados entornados.

-Hola, pequeña -dijo doña Clementina-. ¿Qué tal estás?

La niña empezó a llorar de un modo suave y silencioso. Doña Clementina se agachó y contempló su carita amarillenta, entre las trenzas negras.

-Sabe usted -dijo la niña-, Pascualín es malo. Es un bruto. Dígale usted que me devuelva a "Pipa", que me aburro sin "Pipa"...

Seguía llorando. Doña Clementina no estaba acostumbrada a hablar a los niños, y algo extraño agarrotaba su garganta y su corazón.

Salió de allí, en silencio, y buscó a Pascualín. Estaba sentado en la calle, con la espalda apoyada en el muro de la casa. Iba descalzo y sus piernas morenas, desnudas, brillaban al sol como dos piezas de cobre.

-Pascualín -dijo doña Clementina.

El muchacho levantó hacia ella sus ojos desconfiados. Tenía las pupilas grises y muy juntas y el cabello le crecía abundante como a una muchacha, por encima de las orejas.

-Pascualín, ¿qué hiciste de la muñeca de tu hermana? Devuélvesela.

Pascualín lanzó una blasfemia y se levantó.

-¡Anda! ¡La muñeca dice! ¡Aviaos estamos!

Dio media vuelta y se fue hacia la casa, murmurando.

Al día siguiente, doña Clementina volvió a visitar a la niña. En cuanto la vio, como si se tratara de una cómplice, la pequeña le habló de "Pipa":

-Que me traiga a "Pipa", dígaselo usted, que la traiga...

El llanto levantaba el pecho de la niña, le llenaba la cara de lágrimas, que caían despacio hasta la manta.

-Yo te voy a traer una muñeca, no llores.

Doña Clementina dijo a su marido, por la noche:

-Tendría que bajar a Fuenmayor, a unas compras.

-Baja -respondió el médico, con la cabeza hundida en el periódico.

4

A las seis de la mañana doña Clementina tomó el auto de línea, y a las once bajó en Fuenmayor. En Fuenmayor había tiendas, mercado, y un gran bazar llamado "El Ideal". Doña Clementina llevaba sus pequeños ahorros envueltos en un pañuelo de seda. En "El Ideal" compró una muñeca de cabello crespo y ojos redondos y fijos, que le pareció muy hermosa. "La pequeña va a alegrarse de veras", pensó. Le costó más cara de lo que imaginaba, pero pagó de buena gana.

Anochecía ya cuando llegó a la aldea. Subió la escalera y, algo avergonzada de sí misma, notó que su corazón latía fuerte. La mujer Mediavilla estaba ya en casa, preparando la cena. En cuanto la vio alzó las dos manos.

-¡Ay, usté, doña Clementina! ¡Válgame Dios, ya disimulará en qué trazas la recibo! ¡Quién iba a pensar...!

Cortó sus exclamaciones.

-Venía a ver a la pequeña, le traigo un juguete...

Muda de asombro la Mediavilla la hizo pasar.

-Ay, cuitada, y mira quién viene a verte...

La niña levantó la cabeza de la almohada. La llama de un candil de aceite, clavado en la pared, temblaba, amarilla.

-Mira lo que te traigo: te traigo otra "Pipa", mucho más bonita.

Abrió la caja y la muñeca apareció, rubia y extraña.

Los ojos negros de la niña estaban llenos de una luz nueva, que casi embellecía su carita fea. Una sonrisa se le iniciaba, que se enfrió en seguida a la vista de la muñeca. Dejó caer de nuevo la cabeza en la almohada y empezó a llorar despacio y silenciosamente, como acostumbraba.

-No es "Pipa" -dijo-. No es "Pipa".

La madre empezó a chillar:

-¡Habrase visto la tonta! ¡Habrase visto, la desagradecida! ¡Ay, por Dios, doña Clementina, no se lo tenga usted en cuenta, que esta moza nos ha salido retrasada...!

Doña Clementina parpadeó. (Todos en el pueblo sabían que era una mujer tímida y solitaria, y le tenían cierta compasión).

-No importa, mujer -dijo, con una pálida sonrisa-. No importa.

Salió. La mujer Mediavilla cogió la muñeca entre sus manos rudas, como si se tratara de una flor.

-¡Ay, madre, y qué cosa más preciosa! ¡Habrase visto la tonta ésta...!

Al día siguiente doña Clementina recogió del huerto una ramita seca y la envolvió en un retal. Subió a ver a la niña:

-Te traigo a tu "Pipa".

La niña levantó la cabeza con la viveza del día anterior. De nuevo, la tristeza subió a sus ojos oscuros.

-No es "Pipa".

Día a día, doña Clementina confeccionó "Pipa" tras "Pipa", sin ningún resultado. Una gran tristeza la llenaba, y el caso llegó a oídos de don Leoncio.

-Oye, mujer: que no sepa yo de más majaderías de ésas... ¡Ya no estamos, a estas alturas, para andar siendo el hazmerreír del pueblo! Que no vuelvas a ver a esa muchacha: se va a morir, de todos modos...

-¿Se va a morir?

-Pues claro, ¡que remedio! No tienen posibilidades los Mediavilla para pensar en otra cosa... ¡Va a ser mejor para todos!

5

En efecto, apenas iniciado el otoño, la niña se murió. Doña Clementina sintió un pesar grande, allí dentro, donde un día le naciera tan tierna curiosidad por "Pipa" y su pequeña madre.

6

Fue a la primavera siguiente, ya en pleno deshielo, cuando una mañana, rebuscando en la tierra, bajo los ciruelos, apareció la ramita seca, envuelta en su pedazo de percal. Estaba quemada por la nieve, quebradiza, y el color rojo de la tela se había vuelto de un rosa desvaído. Doña Clementina tomó a "Pipa" entre sus dedos, la levantó con respeto y la miró, bajo los rayos pálidos del sol.

-Verdaderamente- se dijo-. ¡Cuánta razón tenía la pequeña! ¡Qué cara tan hermosa y triste tiene esta muñeca!

FIN

16.7.10

En busca de sueños.

Eran la 7 de la tarde. Se encontraban en el jardín de su casa. Angélica leía mientras Rosa paseaba distraída la mirada por sus pies. Pensaba en la vida, lo lejos que se encontraban ya sus días de estudiante, en cuanto daría por volver a ellos. Pero el tiempo había pasado, la experiencias quedaban atrás y un vago recuerdo de su habitación de estudiante que sus padres habían alquilada para ella en aquella residencia estudiantil.
Era agosto y el calor las hacía tener que despojarse de las ropas que cubrían sus cuerpos. No había peligro de que nadie las viera, la casa estaba aislada , rodeada de bosque en lo que la vista alcanzaba. Sólo los pájaros y algún avión se oía a lo lejos. Angélica, virtuosa del piano, formaba parte de la orquesta sinfónica nacional. Su otra pasión la lectura, por eso siempre que las giras, los conciertos se lo permitían se escondía tras las páginas de un libro, aislada del resto del mundo. No estaba casada, no tenía novio, ni pensamientos de comprometerse. Para ella la vida ya tenía demasiado compromiso con su profesión viajes, viajes y más viajes ocupaban su tiempo. No faltaba el compañero que le insinuaba el comienzo de una relación pero ella obviaba esas insinuaciones, prefería permanecer como estaba.
Su hermana Rosa le consumía el tiempo que le restaba de sus ocupaciones.

Sus padres hacía 5 años que habían fallecido en un terrible accidente de tráfico, y ella se tuvo que hacer carga de Angélica. Procuró que terminara la carrera de abogada que eligió y la que costo mucho sacrificio terminar ya que ella no estaba dispuesta a sacrificar mucho tiempo estudiando y no se perdía fiesta en la universidad. Tras finalizar ambas se fueron a vivir a la finca que los padres les habían dejado a las afueras de la ciudad.
Ellas, allí relajadas en el jardín, no sabían que el destino les tenía preparada una sorpresa que jamás hubieran podido imaginar.

15.7.10


La música es de la película "Una mente maravillosa". El cuadro de Dalí, "Mujer asomada a la ventana".
Me llamo Mª Luisa, asomada a la ventana, todavía conservo en la retina la imagen de aquel niño intentando salir del agua desesperadamente. Sueño con ese día y no me lo puedo quitar de la cabeza. Era tarde. Casi anochecía cuando ví desde mi ventana a un pequeño que sacaba la cabeza del agua a intervalos de segundos. Salí corriendo de casa en dirección al puerto. Mi idea era tirarme al agua e ir a por el niño. Cuando ya estaba al borde del agua un hombre nadaba ya hacia él. Grandes brazadas lo acercaban cada vez más, pero era tal la ansiedad que parecía que no llegaba. Por fin le dio alcance y como pudo lo orilló al borde del embarcadero y entre yo y otro hombre, que al oir los gritos acudió también, logramos sacarlo. El niño no respondía en los primeros momentos, después, una tos seca y una bocanada de agua hacía presagiar que la vida volvía a ese pequeño de nuevo. Todos los allí presentes suspiramos con alivio, pero...¿de dónde había salido el niño? No se veía a nadie por los alrededores. Tampoco ningún barco se encontraba anclado en esos momentos en el muelle. Era imposible que un niño tan pequeño, apenas podía tener 4 años, se hubiera adentrado tanto en el mar sin que nadie se diera cuenta y sin saber nadar, como parecía.
A lo lejos, pero muy lejos, se adivinaba la silueta de una barca de recreo, de esas con un motor fueraborda. Pero no podía ser que se hubiera caído y el barco siguiera su curso.
Cogimos al niño y rápidos nos dirigimos al centro de salud de la localidad en el coche del señor que acudió a ayudar.
Mientras lo atendían llamamos a la policía dando aviso del caso. Atónitos vinieron para ver al niño y para hacerle alguna pregunta, pero resultó infructuoso ya que el niño presa del shok y dada su edad no contestó ninguna.
Aparentemente estaba bien, así que pensaron que qué iban a hacer con el crío ahora. Servicios sociales que eran los que se podían hacer cargo de él, no daban señales de vida, así que decidí llevármelo a casa, con el consentimiento de la policía, hasta que se les ocurriera una idea mejor o aparecieran los padres, si es que los tenía, porque ya lo poníamos en duda.
Repuesta del susto y con una criatura de 4 años para mí sola, me dirigí a mi casa. A medida que el niño también se recuperaba, empezó a hablar y parecía que yo le caía bien ya que comenzó a contarme en una jerga infantil, que se llamaba Mateo y que le gustaba el agua, pero que ahora le gustaba menos, que había bebido mucha y que no tenía sed. Todo seguido, ¡vaya niño!, ¡que no tenía sed! Ya estaba de noche. Acurrucados en el sofá. De pronto llaman a la puerta y es la policía con una pareja, al parecer desconsolada porque habían perdido a su hijo.
Al ver a Mateo corrieron hacia él y Mateo hacia sus padres. No me llegaron a explicar cómo pudo pasar algo así. Sí me dijeron que iban en el barco, seguramente el que vimos de lejos, y cuando se dieron cuenta lo buscaron angustiados sin resultado. volvieron a puerto y allí se enteraron rápidamente de lo sucedido y la policía les llevo a casa a recoger al niño. Supongo que ésta haría alguna gestión por la imprudencia e irresponsabilidad, pero ya de eso no me dijeron nada. Lo que si resuena en mi cabeza es la voz del pequeño Mateo diciéndome adiós y que me quería mucho, que ya vendría otro día a contarme un cuento para que no estuviera tan sola. ¡Un cuento! ¡A mí!
Menudo cuento me había contado ya esa tarde.

Rodari en su "GRAMMATICA DELLA FANTASíA (En España lo titularon "Gramática de la Fantasía" y es una lectura que recomiendo, sobretodo a aquellos que trabajan con niños y quieren despertar en ellos la creatividad) dice: ...Me servía para tomar nota no de las historias que contaba sino del modo en que nacían, de los trucos que descubría, o creía descubrir, para poner en movimiento palabras e imágenes". Se pueden utilizar diferentes contextos para hacer aflorar la creatividad, la imaginación constructiva, el pensamiento divergente, que crea nuevas ideas y conceptos desde los ya existentes. Es la energía que permite que tomemos caminos diferentes en nuestros pensamientos. Dejo esta historia inventada a partir de ese cuadro de Dalí. Otro día prometo que será mejor, o no, quien sabe.



3.7.10

Los colores del cielo


Era una una tarde soleada del mes de mayo. Ángela se encontraba sentada a orillas del camino esperando el autobús que la llevaría a la ciudad, donde por fin comenzaría un nuevo trabajo, en un lugar nuevo, con nuevos compañeros. Ángela sabía que iba a ser dificil la nueva etapa que se abría ante ella. Se había encerrado demasiado en sí misma tras la larga y dolorosa enfermedad de su madre y no conseguía salir del pozo en el que había caído. Habían sido unos meses muy extraños. Impotente vió como su madre, el ser al que más quería se consumía, victima del dolor más intenso que nos podamos imaginar. Ambas sufría juntas agarradas de la mano, esperando que pasara la noche, quedándose dormidas con los primeros rayos de luz del día. Por fin llegó el fatal momento y se despidieron para siempre. Con pocas lágrimas, pues sus ojos estaban secos. Ángela tras este episodio de su vida, decidió encerrar todo en una caja, ponerle un lazo enorme y guardarla en el lugar más recóndito de su interior. Una llamada teléfonica, una clara mañana, llena de luz la despertó de su letargo. Era la señorita de recursos humanos de la empresa en la que había echado el currículum. Esta empresa, se dedicaba al diseño gráfico. Ángela asombrada, asustada por el timbre del teléfono contestó con voz sin brillo. Al otro lado le dicen que la esperan el lunes para una entrevista. Asombrada se levanta después de colgar y se asoma al espejo del salón. Mirándose en él descubre como había envejecido en estos últimos meses. El paso de la muerte por su lado había dejado huella en ella. Una huella que no podría borrarse en toda su vida. Alisó su cabello. Miró por la ventana y se percató entonces de la bonita que estaba la mañana. Abrió la ventana. Dejó pasar una ráfaga de aire fresco. Le dió la impresión de que con el aire pasaba también el espíritu contento y juguetón de su madre. Mirando al cielo, observó la gama de azules tan preciosa que se podía observar y sin pensarlo cogió las acuarelas y una hoja de papel y comenzó a pintar el cielo. parecía que una mano invisible la guiaba. La mano de su madre estaba ayudando a darle color al cielo. Usó toda la gama de azules de la paleta, los rojos, amarillos y anaranjados. Pasado un tiempo entre pincelada y pincelada se acordó de la llamada y penso ilusionada que debía recoger la casa, hacer la maleta para salir muy temprano el lunes hacia la ciudad. Estaba segura que la contratarían ya que las referencias que tenían de ella eran muy buenas. Pasó lo que quedaba del fin de semana de un lado a otro de la casa. No quería desplazar recuerdos, los recuerdos de su madre, por eso decidió dejar todas sus cosa como estaban antes de que ella cayera enferma. Sus ropas, sus cosas, sus libros...Entre llantos pero con gran entereza, la casa quedó impecablemente "ordenada" como si en cualquier momento su madre fuera a aparecer por la puerta de la cocina y llamarla¡Ángela, a comer! Debía terminar. Necesitaba alejarse de allí. Hizo su maleta en un estar y no estar. Pasó rápido el domingo. El lunes llegó y muy temprano la luz del sol desperto a Ángela inundando con sus rayos la habitación. El día había llegado. Un nuevo horizonte se habría ante ella. Miro de nuevo al cielo y como un milagro descubrió en él la pintura que había realizado el día anterior. Las mismas pinceladas de colores cubrían el cielo que se veía desde su ventana. Se oía una musiquilla de fondo como de piano, que le recordaba otra oída de niña y que la animaba a seguir adelante porque esa melodía la tocaba su padre en los momentos en los que todos se encontraban felices... Claro que sí, ellos estaban allí presentes. La acompañaban, los podía sentir, oler, oir. Animada por estas sensaciones se arregló y salió cerrando tras de sí la puerta. Es ahí en donde encontramos a Ángela, sentada esperando el autobús que la llevará hacia una nueva esperanza, acompañada de recuerdos, de experiencias, de colores, como los del cielo que pintó y que ahora la acompañan al comienzo de esta nueva andadura. ¡Suerte Ángela! ¡Te la mereces!

27.6.10

SPICA



En un recóndito lugar del cielo, había una estrella pequeña que brillaba muy poquito. Cada día al ponerse el sol, ella se entristecía al compararse con sus compañeras y amigas. Anhelaba que se hiciera de día para poder ir a dormir. Un día vino una ráfaga muy fuerte de viento, un viento frío que hizo que sus amigas se congelaran. Nuestra estrella que en un principio pensó que a ella le pasaría lo mismo observó asombrada que no sentía frío, sino que se ponía a cada momento más y más colorada. Llegó un momento en que estaba incandescente. Asombrada pensó que se estaba volviendo loca o que tal vez fuera un sueño. Se frotó la carita con las manos para darse cuenta que seguía despierta. Tal era el calor de su cuerpo que la luz que despedía se veía desde la tierra como una bola de fuego. No podía hablar con sus amigas porque estaban tan heladas que apenas se apreciaban. La luna se encontraba demasiado lejos, y el sol no se veía. En su soledad se sintió triste y se puso a llorar. Cada lágrima que caía de sus ojos se convertía en una nueva estrella, tan brillante que no se podía mirar directamente. No comprendía nuestra estrella ¿cómo podía estar ocurriendo esto? De pronto, tras largo rato llorando sin cesar, rodeada de multitud de nuevas estrellas brillantes y bonitas paró de soplar el viento frío, y sus amigas recobraron su luz. La estrella les contó lo que había pasado y entre todas descubrieron que la misión de la estrella poco luminosa no era otra que la de guardar su fuerza para que llegado el momento apropiado pudiera dar a luz a nuevas estrellas y todas juntas formar una constelación. Pensando en que nombre se pondrían decidieron que se llamaría VIRGO. Spica, que así se llamaba nuestra estrella brillaba ahora más que ninguna, convirtiéndose en la más hermosa y bella estrella del firmamento y todas ellas se esparcieron por él tomando forma de mujer, la más perfecta silueta de mujer que jamás se había visto. No es la verdadera historia mitológica de esta constelación pero..podría serlo.