3.7.10

Los colores del cielo


Era una una tarde soleada del mes de mayo. Ángela se encontraba sentada a orillas del camino esperando el autobús que la llevaría a la ciudad, donde por fin comenzaría un nuevo trabajo, en un lugar nuevo, con nuevos compañeros. Ángela sabía que iba a ser dificil la nueva etapa que se abría ante ella. Se había encerrado demasiado en sí misma tras la larga y dolorosa enfermedad de su madre y no conseguía salir del pozo en el que había caído. Habían sido unos meses muy extraños. Impotente vió como su madre, el ser al que más quería se consumía, victima del dolor más intenso que nos podamos imaginar. Ambas sufría juntas agarradas de la mano, esperando que pasara la noche, quedándose dormidas con los primeros rayos de luz del día. Por fin llegó el fatal momento y se despidieron para siempre. Con pocas lágrimas, pues sus ojos estaban secos. Ángela tras este episodio de su vida, decidió encerrar todo en una caja, ponerle un lazo enorme y guardarla en el lugar más recóndito de su interior. Una llamada teléfonica, una clara mañana, llena de luz la despertó de su letargo. Era la señorita de recursos humanos de la empresa en la que había echado el currículum. Esta empresa, se dedicaba al diseño gráfico. Ángela asombrada, asustada por el timbre del teléfono contestó con voz sin brillo. Al otro lado le dicen que la esperan el lunes para una entrevista. Asombrada se levanta después de colgar y se asoma al espejo del salón. Mirándose en él descubre como había envejecido en estos últimos meses. El paso de la muerte por su lado había dejado huella en ella. Una huella que no podría borrarse en toda su vida. Alisó su cabello. Miró por la ventana y se percató entonces de la bonita que estaba la mañana. Abrió la ventana. Dejó pasar una ráfaga de aire fresco. Le dió la impresión de que con el aire pasaba también el espíritu contento y juguetón de su madre. Mirando al cielo, observó la gama de azules tan preciosa que se podía observar y sin pensarlo cogió las acuarelas y una hoja de papel y comenzó a pintar el cielo. parecía que una mano invisible la guiaba. La mano de su madre estaba ayudando a darle color al cielo. Usó toda la gama de azules de la paleta, los rojos, amarillos y anaranjados. Pasado un tiempo entre pincelada y pincelada se acordó de la llamada y penso ilusionada que debía recoger la casa, hacer la maleta para salir muy temprano el lunes hacia la ciudad. Estaba segura que la contratarían ya que las referencias que tenían de ella eran muy buenas. Pasó lo que quedaba del fin de semana de un lado a otro de la casa. No quería desplazar recuerdos, los recuerdos de su madre, por eso decidió dejar todas sus cosa como estaban antes de que ella cayera enferma. Sus ropas, sus cosas, sus libros...Entre llantos pero con gran entereza, la casa quedó impecablemente "ordenada" como si en cualquier momento su madre fuera a aparecer por la puerta de la cocina y llamarla¡Ángela, a comer! Debía terminar. Necesitaba alejarse de allí. Hizo su maleta en un estar y no estar. Pasó rápido el domingo. El lunes llegó y muy temprano la luz del sol desperto a Ángela inundando con sus rayos la habitación. El día había llegado. Un nuevo horizonte se habría ante ella. Miro de nuevo al cielo y como un milagro descubrió en él la pintura que había realizado el día anterior. Las mismas pinceladas de colores cubrían el cielo que se veía desde su ventana. Se oía una musiquilla de fondo como de piano, que le recordaba otra oída de niña y que la animaba a seguir adelante porque esa melodía la tocaba su padre en los momentos en los que todos se encontraban felices... Claro que sí, ellos estaban allí presentes. La acompañaban, los podía sentir, oler, oir. Animada por estas sensaciones se arregló y salió cerrando tras de sí la puerta. Es ahí en donde encontramos a Ángela, sentada esperando el autobús que la llevará hacia una nueva esperanza, acompañada de recuerdos, de experiencias, de colores, como los del cielo que pintó y que ahora la acompañan al comienzo de esta nueva andadura. ¡Suerte Ángela! ¡Te la mereces!

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